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Mostrando entradas de 2020

Alguien a quien solía conocer.

Corría el sábado 4 de diciembre de 1999, eran poco más de las tres de la tarde y el sol brillaba en todo su esplendor. La tarde era estática, el aire no soplaba y no había ruido en las calles. El timbre de la puerta sonó y mi corazón palpitó lleno de emoción y nervios. A pesar de que habíamos estado hablando por teléfono desde hacía ya cuatro meses nunca nos habíamos visto en persona. Esa sería la primera vez. Cuando bajé las escaleras me postré frente a la puerta, tenía la opción de no abrir y perder la oportunidad de conocerlo, sin embargo abrí mi mundo a un sin fin de posibilidades.  Él estaba parado con un ramo de flores y una caja de chocolates, sonrió y me abrazó al conocerme, entonces mis ojos brillaron y correspondí a sus atenciones con una sonrisa y un abrazo. No era feo, no era guapo pero había algo en su mirada que me capturó por completo. Teníamos muchas cosas en común, eramos más que amigos, nos conocíamos a fondo a pesar del abismo que nos separaba, éramos almas gemelas,

El otro lado de la historia.

Pasamos la segunda mitad del año en la casa del lago evitando vernos a toda cosa, apenas nos dirigíamos la palabra cuando cruzábamos por el pasillo. Yo me pasaba el día frente a la ventana, viendo como las hojas de los árboles se movían con el viento hasta que finalmente caían al lago. Él se encerraba en el estudio y no salía de el sino hasta que caía la tarde, entonces iba a la cocina por una taza de café y se sentaba en la sala mirando al infinito. Éramos como dos extraños compartiendo una casa. Lo amaba, tal vez, no podía evitar pensar en lo que había pasado cuando vivíamos en la capital. Ya no importaba lo que dijeran las personas al respecto, solo quería irme de ahí y olvidar que alguna vez estuve locamente enamorada de él. Deseaba tanto salir corriendo de la casa y lanzarme al agua. La oscuridad que habitaba en el frío fondo del lago me desconectaba del mundo, me hacía sentirme libre. -¡Dawn! -gritó y salió corriendo de la casa, apenas se quitó los zapatos y la camisa y se lanzó

La cita.

Cerca de las 12 de la tarde cuando el sol estaba en su máximo punto, los dibujos del domo se reflejaban en el piso. Me senté en una de las bancas del patio y cerré los ojos pensando en todo y en nada. -Por fin saliste. -¡Damian! -respondí avergonzada-, ¿cuánto tiempo llevas aquí? -No mucho, cómo estás. -Bien, creo. La verdad es que ya me había cansado de estar encerrada y dado que nadie sale pensé que sería seguro sentarme aquí. -Lo es -dijo y se sentó a mi lado. -Entonces tampoco estás saliendo. -No. -¿Cuándo crees que acabe todo esto? -Pronto espero. Este confinamiento me está volviendo loco. -Sí a mi también. Oye por qué no vas a cenar a mi casa esta noche. -¿Crees que sea buena idea? -Bueno no estás saliendo y yo tampoco. Técnicamente es como si viviéramos juntos. -Bien, llevaré una botella de vino. -Es martes. -¿Importa eso? -No, ya no -sonreí. Él se puso en pie y caminó hasta la escalera. -Entonces te veré esta noche. -A las 8. -Bien. Justo antes de que dieran las 8 una tormenta

El encierro.

En la ciudad el sonido de las sirenas no dejaba de escucharse desde que había empezado la pandemia. Por las calles se respiraba el miedo, en casa nadie hablaba, no nos mirábamos a los ojos, nos limitábamos a comer rápido para no tener que estar juntos mucho tiempo. De pronto sentía que el virus se generaba solo de estar junto a alguien. Me lavaba las manos constantemente, las tenía agrietadas y algunas veces terminaban sangrando. Por las noches me untaba tanta vaselina que las cosas se resbalaban. Me recostaba en la cama pero no podía dormir, daba tantas vueltas, pensaba en mil cosas. Las ventanas tronaban con el descomunal aire que soplaba. Cuando finalmente me quedaba dormida me despertaba un sobresalto, siempre a las 4 de la madrugada. Me asomaba a la ventana y veía todo en completa calma. Volvía a la cama y revisaba mi teléfono, las noticias eran siempre las mismas. Estaba agotada.

Damian

Estaba devastada, con un nudo en la garganta, la noticia estaba en todos los noticieros, incluso se escuchaban desde el balcón de mi ventana los murmullos de la gente que se detenía en medio de la calle a hablar. ¡Cómo demonios iba a salir de aquí!. Me deslicé sobre la loza del baño y abrí la puerta del armario, saqué la maleta y metí todo lo que pude en ella, busqué mi pasaporte, el dinero que tenía guardado y me puse los zapatos. Al abrir la puerta vi a los vecinos parados en el corredor, me vieron de manera extraña, me eché un mechón de cabello atrás de la oreja y me apresuré a bajar las escaleras. Afuera todo parecía un caos, la gente corría, los autos estaban parados, faltaban 20 minutos antes de que cayera la tarde. Mis intentos por huir parecieron inútiles. Mierda. Corrí a la tienda de la esquina, compré un poco de comida y volví al departamento sumida en un terrible pánico. Esto tendría que pasar, tarde o temprano se acabaría, el problema era que no sabíamos cuándo. Ab

Nuevo libro, Nueva edición

Les cuento que el libro está ya disponible en varias plataformas para su venta y con una nueva edición. Amazon Itunes Kobo Scribd Page Foundry Oysterbooks

El armario.

Tengo un par de zapatos nuevos de color carmesí que compré hace 4 meses. Nunca los usé porque esperaba el momento perfecto para ponermelos, esperaba que hiciera calor, que no caminara tanto, esperaba cualquier pretexto, un día que me hiciera sentir diferente, cualquier día. Cuando era niña mi abuelito decía que cualquier día era bueno para estrenar, lo cierto es que hoy los días son todos iguales y no importa si uso mi ropa para ir a la sala o estar en la terraza. Por la puerta que da al balcón entra una tibia brisa y una fuerte resolana, en cualquier otro momento hubiera corrido a cerrarla porque odio el sol pero hoy es diferente, hoy quiero sentir el calor sobre mi rostro sentada al borde de la cama. En mi armario también hay un par de pantalones, preciosos, costosos, divinos para usar en primavera si la primavera claro no se estuviera yendo de mis manos encerrada en estas cuatro paredes. Supongo que ahora los usaré en otoño, tienen hojas, serán hojas secas. Guardo 6 blusas y

Estado de emergencia.

Tenía la televisión encendida cuando él entró por sus cosas, azotó la puerta como si quisiera que me diera cuenta de su presencia, de inmediato me paré del sofá y corrí a la entrada. Dejó las llaves sobre la mesa y subió la escalera, sabía que esa sería la última vez que lo vería antes de la audiencia. Ni siquiera entendía por qué me importaba tanto hablar con él. -Tus cosas están en el garage dentro de una bolsa de basura. -¿Tiraste mi armani? -Podrás comprarte otros 30 con lo que ganarás por la venta de la casa. -Estoy siendo muy complaciente contigo al dejarte vivir aquí en lo que resuelves tu situación. -Mi situación, estoy así por tu culpa. -¿Yo te obligué a dejar tu carrera? -¡Nunca tenía tiempo para mi! -¡Por favor!, esos son pretextos y lo sabes. -Eso no es verdad. -Nunca te quejaste por todas las tardes que pasaste en el spa o los desayunos en el club, los viajes, la ropa, ¿qué hay de todo lo que te compré?, puedes venderlo, sacar al menos para rentar un d

Empacando.

¿Adultos?, vaya lío, qué tontería más grande tener que controlar mis emociones y no poder gritar, llorar o patalear. Quiero tirarme en el suelo y llorar hasta que me canse de hacerlo. Tengo emociones que no quiero contener, quiero gritar, lanzarle las cosas a la cara, decirle que lo odio, amarrarlo a una silla si es necesario y no dejarlo ir hasta que saque todo lo que llevo dentro. Quisiera abrazarlo, decirle que lo amo y que necesitamos calmarnos, darnos otra oportunidad o no, tal vez solo gritarle y decirle que es un completo idiota. Decirle que odiaba cuando se quedaba callado, cuando no me demostraba sus emociones, cuando me ocultaba las cosas, cuando se iba sin mi a algun lado, cuando me daba órdenes como si fuera una niñita. Odiaba que dejara los platos sobre el fregadero y ni siquiera los lavara. Odiaba que dejara la silla lejos de la mesa y que cada mañana tuviera que levantar su ropa del suelo, que dejara el baño desordenado, que no sacara la ropa de la secadora o que n

Cuarentena.

-Nunca me gustó su nombre, jamás imaginé casarme con alguien que se llamara así, no me gustaban los hombres altos, prefería colgarme del cuello de uno que no me hiciera levantarme de puntas. -Logan es muy alto. -Lo es, ¿no te parece extraño su nombre?, digo cómo le dices de cariño. -¿Cómo lo llamabas tú? -Amor, oye tu, nunca le dije por su nombre. Me chocaba su nombre, me parecía tan extraño. -¿Cómo te sentirías si lo vieras con alguien más? -No lo sé, me molestaría tal vez. Debería empezar a hacerme a la idea digo es guapo, por qué no habría de encontrar a alguien. -Lo dices con mucha madurez. -Odiaba el color de su cabello, era tan negro, nunca me gustaron los hombre de cabello negro, siempre me imaginé casada con un rubio. Cada vez que se bañaba se le hacían esos aros en el cabello, me gustaba enredar mis dedos en ellos y mirarlo a los ojos, esos ojos de color indefinido. Hay tantas cosas que no me gustan de él, ni siquiera sé por qué nos casamos, tal

Día 13.

Estamos  aislados totalmente del exterior, no hay nadie en las calles, ni siquiera perros callejeros y nadie quiere salir, todos estan tomado vacaciones, se preparan para los días siguientes, aquellos en los que por costumbre los dedican a rezar, visitar templos, reflexionar. Nosotros cruzamos el patio, corremos, subimos y bajamos escaleras, me imagino quienes solo tienen cuatro paredes la agonía por la que deben estar pasando. Se me ocurren mil cosas para hacer dentro de casa, a veces cocinamos, limpiamos, pintamos, nos asomamos por la ventana pero nada pasa, son días aburridos. La mayoría de la gente está de vacaciones lejos de la ciudad, nosotros siempre nos quedamos. Adelantamos tareas, estudiamos, cantamos, cocinamos, corremos, jugamos, escuchamos música. Mi tío no ha abierto su taller pero trabaja al interior, lo sé porque se escucha la música del radio y a veces lo escucho cantar, su música es extraña, ni vieja ni nueva. El fin de semana se casa mi prima, no iremos, mi

Día 14.

Las vacaiones estaban próximas, el sol empezaba a ser agobiante y el aire soplaba tibio por las tardes. La gente estaba de mejor humor y las actividades en la escuela eran cada vez más relajadas. La primavera se acercaba y con ella un sin fin de actividades. Mi prima Noemí se casaría en dos semanas, nos habían invitado a la fiesta. Noemí había huído con quien sería su esposo cuando tenía 17 años, tenía dos hijos de 14 y 12 años y consideró que sería prudente casarse por el bien de ellos. Todos estaban entuciasmados, él había mandado su traje a la tintorería desde hacía una semana y esa misma tarde boleó sus zapatos. Yo no estaba tan emocionada con su boda o con la invitación, mi hijo había estado enfermo durante mucho tiempo y mi ánimo estaba por los suelos. Mis tíos en cambio estaban felices, sería la quinta vez que se convertirían en padrinos de anillos, la primera fue con nosotros y no solo eso, también me llevó al altar, me sujetó del brazo y me dijo "todo saldrá bien&

Día 15.

Durante el transcurso de la mañana hubo un temblor tan fuerte y tan largo que creímos el mundo terminaría en ese momento. Dañó severamente varias construcciones, algunos edificios cayeron, hubo desaparecidos, gente histérica, entramos en pánico, los niños estaban en la escuela y caminar era casi imposible, el suelo se movía. El tráfico estaba parado así que corrí por las calles, sentí que jamás llegaría a la escuela, estaba agobiada, me faltaba el aire y mis pensamientos eran absorbidos por una sola idea, ¿cómo están mis hijos?, ¿la escuela está bien? Al llegar a la escuela había una conglomeración de padres, las autoridades estaban dando avisos, los niños en medio de un terrible llanto, las cosas no importaban solo debíamos llevarnos a nuestros hijos. Me sentí como en la decisión de Sofí, tenía que ir primero por uno y después por el otro porque estaban en diferentes edificios, pero ¿por cuál ir primero?, por el más indefenso. Mi esposo no había reaccionado tan rápido como yo

Día 16.

¿Mencioné que él era mi cómplice de aventuras? Lo conocí cuando cumplí 9 años aunque ya lo había visto en varias ocasiones en el patio, yo corría atrás de los coches, me escondía y veía como se despedía de mi tia, en aquel entonces era solo el pretendiente de mi tía, ni novios, ni amigos, solo alguien interesado en ser parte de la familia. Tenía un coche blanco y ella una foto de él en su moto de carreras sobre su buró. Recuerdo que me dio dos cosas, una pistola llavero que hacía sonidos y que cuando me la dio me pareció el regalo más fabuloso del mundo. Aún lo tengo guardado. Y una lotería por mi cumpleaños. Yo era como ese animalito perdido que busca un poco de afecto. Mi padre nos abandonó cuando tenía 3 años, de él solo tenía el apellido y un perro, un enorme y bellísimo Lassi al cual llamamos payaso. Payaso porque cuando mi mamá dejó la casa donde vivía con mi papá, el primero en subirse al auto fue el perro, como si estuviera dispuesto a conducir con tal de no dejarnos

Día 17.

La gran persona que era. Nunca imaginas la cantidad de personas que pasan por tu negocio, con las que platicas y estrechas lazos. La mayoría de las veces crees que las personas están ahí solo ocupándose de sus asuntos sin intimidar. Consideraba que mi tío era callado, no me di el tiempo de conocerlo mejor, sabía que era buena persona, que sabía escuchar, era tranquilo pero cuando se enojaba explotaba y azotaba la puerta y salía de la casa queriendo un respiro de todo lo que lo agobiaba. Tenía dos hermanos, él era el de enmedio. Sobre el que recaía el peso de ganarse a los demás por sus méritos y no por ser el más pequeño o el mayor. Los viernes Erick, el menor de los tres venía a visitarlo, tomaban una cerveza, platicaban un par de horas, se sentaban en la terraza y antes de irse empezaba a quejarse sobre sus carencias, entoces mi tío sacaba un fajo de billetes y se lo daba.  Esa fórmula la repetía Erick con frecuencia, así obtuvo la casa donde vivía, el coche y dinero para las

día 18.

Las actividades de la escuela eran agobiantes, durante la semana tuvimos dos juntas y una ceremonía. Terminé de cocinar y salí a tirar la basura, él estaba en la puerta sujetando una moto. Hablaba con un cliente y reía a carcajadas, no quise interrumpir, preferí darme la vuelta y volver a la casa. Como pasaba el resto de la semana lo único que no hacíamos era hablar, a veces obvias la presencia de las personas, te parece que siempre estarán ocupando el mismo lugar, haciendo las mismas cosas y resulta que no. Mi tío tenía un taller exclusivo para motos. Él provenía de una familia adinerada que tenía una empresa de fundición de metales, mi tía, su esposa era secretaria, así se conocieron. Cuando la empresa quebró por las malas administraciones de la familia y el sindicato se apoderó de las instalaciones, él se quedó sin trabajo y con una mala reputación. Entonces mi familia lo apoyó y lo ayudó a emprender, una de las hermanas de mi tía le rentó un local, así puso su taller, su h

Día 19.

Entrada la tarde del lunes regresamos todos a nuestras actividades normales, olvidamos el asunto, lo que había pasado, decidimos enfocarnos en el futuro, porque creímos que existía uno. Ese día hizo mucho calor, los niños salieron tarde de la escuela, tenían mucha tarea, tenían que hacer un proyecto, estudiar. Por la noche cenaron rápido y después de contarles un cuento los metímos a la cama y se fueron a dormir. Mi esposo y yo cenamos en silencio, yo escuché a mi tío caminando por el patio, revisando que las puertas estuvieran cerradas, lavarse las manos y apagar las luces. No nos sentíamos solos cuando teníamos que pasar largas noches cuidando al bebé.

día 20.

Eran casi las 9 de la noche cuando finalmente él bajó a hablar conmigo, me abrazó, me pidió perdón por haberse portado tan mal y entonces le dije lo que estaba pasando. Abrió los ojos y fue al hospital a ver cómo seguía mi tío pero pasaron poco menos de dos horas cuando él mismo abrió la puerta del portón y entró a la casa, lo vi entre la oscuridad. Había tenido un infarto, firmó el alta del hospital y se marchó porque no consideró que fuera importante, le pareció que no era peligroso o tal vez sabía que ya no tenía remedio. No es que no me importara su salud, es que quería obviar las cosas, creer que si había salido del hospital era porque estaba bien, porque fue una falsa alarma, porque quizás había sido indigestión o estrés o algo diferente a un infarto, que las cosas seguirían igual que siempre. Nos olvidaríamos del tema, seguimos adelante, estaba preocupada por el desarrollo de mi hijo, tenía muchas cosas en la cabeza, creí que poco a poco las cosas mejorarían y se terminaría

21 días.

En 21 días él morirá. Correrá la tarde y soplará el aire anunciando el comienzo de las vacaciones. En 21 días él bajará las escaleras, dará los buenos días y cruzará la puerta del taller por última vez. 14 de febrero. Sábado 12 p.m. Aquella mañana mi esposo estaba molesto conmigo, con la vida, con él, teníamos muchos problemas económicos a causa de todo el dinero que habíamos gastado en la operación de nuestro hijo menor. Aunque no me lo decía me culpaba por ello, yo también lo creía sin embargo trataba de no pensar en ello sino enfocarme en su recuperación. Acababamos de regresar a la ciudad, nos habíamos ausentado por casi 10 años y estábamos viviendo con mi madre en la casa donde crecí y viví parte de mi vida. Como mi hijo necesitaba toda mi atención, lo único que podía hacer para tener dinero era vender collares, no podía buscar un trabajo, no quería separarme de él. Salí a entregar un pedido que me habían hecho, con parte de lo que me pagaron pasé al súper por unos choco

3 meses después.

Corría el año de 1999, la llegada del año nuevo  estaba cerca y no había nada diferente excepto la promesa de conocernos. Luego de hablar 3 horas diarias por teléfono, de escribirnos interminables correos o encontrarnos en el messenger, decidimos conocernos. Al principio fue por una amenaza, la amenaza de no volver a saber nada de él y después fue el interés, el interés de vivir una aventura. Éramos tan afines, como si estuvieramos cortados por la misma tijera, pensabamos lo mismo, teníamos los mismos intereses y nos reíamos de las mismas tonterías. ¿De verdad quería conocerlo?, el hacerlo representaba el fin de la magia. Mientras hablaba por teléfono con él y observaba fijamente el poster de Jean Claude-Van-Damme en mi puerta pensaba en lo afortunada que había sido por haberlo encontrado. Él era todo lo que nunca había imaginado,  jamás hubiera volteado a verlo en la calle, ni siquiera hubiera accedido a salir con él pero era agradable, estar a su lado era lo mejor, aunque en

Un año atrás.

La última vez que lo vi nos sentamos en la fuente de los frailes, eran poco más de las 6 de la tarde y hacía frío, un año atrás habíamos disfrutado de las fiestas decembrinas juntos, nunca imaginé que esa sería la última navidad que pasaríamos tomados de las manos. Aquella tarde el aire sopló inusual, me abrazó, no sospeché lo que vendría después. Me miró como siempre lo hacía pero en sus ojos había tristeza, besó mi frente y tomó mi mano. Minutos después nos levantamos de la orilla de la fuente y caminamos por el parque en medio de la gente que, entre las risas de los niños y las burbujas que lanzaban al aire los vendedores de globos, invadían el primer cuadrante del centro. ¿Por qué era tan difícil olvidarte?, por qué  cada lugar al que iba me hacía recordarte.