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Mostrando entradas de junio, 2020

La cita.

Cerca de las 12 de la tarde cuando el sol estaba en su máximo punto, los dibujos del domo se reflejaban en el piso. Me senté en una de las bancas del patio y cerré los ojos pensando en todo y en nada. -Por fin saliste. -¡Damian! -respondí avergonzada-, ¿cuánto tiempo llevas aquí? -No mucho, cómo estás. -Bien, creo. La verdad es que ya me había cansado de estar encerrada y dado que nadie sale pensé que sería seguro sentarme aquí. -Lo es -dijo y se sentó a mi lado. -Entonces tampoco estás saliendo. -No. -¿Cuándo crees que acabe todo esto? -Pronto espero. Este confinamiento me está volviendo loco. -Sí a mi también. Oye por qué no vas a cenar a mi casa esta noche. -¿Crees que sea buena idea? -Bueno no estás saliendo y yo tampoco. Técnicamente es como si viviéramos juntos. -Bien, llevaré una botella de vino. -Es martes. -¿Importa eso? -No, ya no -sonreí. Él se puso en pie y caminó hasta la escalera. -Entonces te veré esta noche. -A las 8. -Bien. Justo antes de que dieran las 8 una tormenta

El encierro.

En la ciudad el sonido de las sirenas no dejaba de escucharse desde que había empezado la pandemia. Por las calles se respiraba el miedo, en casa nadie hablaba, no nos mirábamos a los ojos, nos limitábamos a comer rápido para no tener que estar juntos mucho tiempo. De pronto sentía que el virus se generaba solo de estar junto a alguien. Me lavaba las manos constantemente, las tenía agrietadas y algunas veces terminaban sangrando. Por las noches me untaba tanta vaselina que las cosas se resbalaban. Me recostaba en la cama pero no podía dormir, daba tantas vueltas, pensaba en mil cosas. Las ventanas tronaban con el descomunal aire que soplaba. Cuando finalmente me quedaba dormida me despertaba un sobresalto, siempre a las 4 de la madrugada. Me asomaba a la ventana y veía todo en completa calma. Volvía a la cama y revisaba mi teléfono, las noticias eran siempre las mismas. Estaba agotada.

Damian

Estaba devastada, con un nudo en la garganta, la noticia estaba en todos los noticieros, incluso se escuchaban desde el balcón de mi ventana los murmullos de la gente que se detenía en medio de la calle a hablar. ¡Cómo demonios iba a salir de aquí!. Me deslicé sobre la loza del baño y abrí la puerta del armario, saqué la maleta y metí todo lo que pude en ella, busqué mi pasaporte, el dinero que tenía guardado y me puse los zapatos. Al abrir la puerta vi a los vecinos parados en el corredor, me vieron de manera extraña, me eché un mechón de cabello atrás de la oreja y me apresuré a bajar las escaleras. Afuera todo parecía un caos, la gente corría, los autos estaban parados, faltaban 20 minutos antes de que cayera la tarde. Mis intentos por huir parecieron inútiles. Mierda. Corrí a la tienda de la esquina, compré un poco de comida y volví al departamento sumida en un terrible pánico. Esto tendría que pasar, tarde o temprano se acabaría, el problema era que no sabíamos cuándo. Ab