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Mostrando entradas de junio, 2016

El recuerdo.

Izzy se quedó sentada en la mesa con una pila de platos sucios por lavar. Todos se habían levantado sin decir nada, no le sorprendió, de un tiempo para acá se había convertido en un fantasma que lavaba platos, hacía la comida, limpiaba la casa pero cuya opinión no era del interés de nadie. Estaba cansada, se sentía sola e incomprendida. Tomó una profunda bocanada de aire que la ayudó a reunir las fuerzas para levantarse de la silla y tomar todos los platos para llevarlos al fregadero. Mientras fregaba el sartén lleno de queso pegado en el fondo pensaba en cómo hubiera sido la vida si lo hubiera escogido a él en vez de haberse casado con Ray. Ethan no era el hombre perfecto pero sin duda nunca se acababan los temas, las risas y la diversión. Su sonrisa era como el sol que iluminaba el horizonte después de una tormenta, sus ojos verdes tupidos de pestañas negras hipnotizaban a quien lo viera de frente. Recordó la última vez que se encontraron en el estacionamiento de la universidad,
El cielo comenzó a relampaguear. Ella se acercó a la ventana, la tristeza de las nubes se extendía en el horizonte. Cerró las cortinas y se sentó en la sala. El teléfono sonó. Ana Berena lo dejó sonar. No quería hablar con él. Tenía una ligera idea del motivo de su llamada, la noche anterior habían discutido.  Abrazó un cojín que encontró en el sofá y se aferró a su deseo de que todo estuviera bien, después de todo, era solo una discusión ¿no?

Después de ti...

Alexander West era un hombre bastante atractivo, casi un dios griego. Sus ojos jade y su cabello  oscuro armonizaban con el tono de su piel. Tenía una voz profunda y una coquetería innata en su sonrisa. Era educado y con muy buen porte, no era de extrañarse puesto que venía de una familia acomodada.  Su abuelo, Don Alexander era dueño de una de las más prestigiosas cadenas hoteleras del mundo. Sobre él recaía el peso de su herencia. Tenía poco más de 28 años y a pesar de que aún era joven se sentía cansado, desanimado.  En cuanto la vió entrar al bar sintió una extraña vibración en su interior, ella era sin duda hermosa.

Detrás de la montaña...

En medio de la agonía que me provocaba estar sentada en medio de ese cuarto, tragándome las ganas de llorar y exponerme frente a todos. Con una inmensa soledad a pesar de estar rodeada de los cientos de personas que habían acudido al funeral. Ese caótico suceso me tenía turbada. Las conversaciones que se distinguían en medio de susurros, algunos rostros demacrados, el lúgubre color negro que vestían, el olor a lirios y a cera, esa tristeza. Yo permanecí inmóvil, observando desde mi lugar el féretro, me parecía increíble que hace poco menos de 12 horas él estaba sonriendo y ahora yacía en una caja de cedro, con la piel tersa, un gesto pasivo, como si durmiera, dejando tantas cosas pendientes. Siempre lo consideré tan fuerte, tan eterno, creí que contaría con él en las buenas y en las malas, al menos otros 100 años pero la vida es tan impredecible y fue así que lo entendí. Lo ví partir antes de poder hacer algo. Corrí desesperada en medio de la cocina, subí las escaleras que cond