En medio de la agonía que me provocaba estar sentada en medio de ese cuarto, tragándome las ganas de llorar y exponerme frente a todos. Con una inmensa soledad a pesar de estar rodeada de los cientos de personas que habían acudido al funeral. Ese caótico suceso me tenía turbada. Las conversaciones que se distinguían en medio de susurros, algunos rostros demacrados, el lúgubre color negro que vestían, el olor a lirios y a cera, esa tristeza. Yo permanecí inmóvil, observando desde mi lugar el féretro, me parecía increíble que hace poco menos de 12 horas él estaba sonriendo y ahora yacía en una caja de cedro, con la piel tersa, un gesto pasivo, como si durmiera, dejando tantas cosas pendientes. Siempre lo consideré tan fuerte, tan eterno, creí que contaría con él en las buenas y en las malas, al menos otros 100 años pero la vida es tan impredecible y fue así que lo entendí. Lo ví partir antes de poder hacer algo. Corrí desesperada en medio de la cocina, subí las escaleras que cond