Albert y Merce se miraron de la única forma en que ambos sabían hacerlo. -¿Quieres ir por un café? -preguntó él. -Sí, si quiero -sonrió sin ocultar su coquetería. Caminaron por las estrechas banquetas de piedra caliza y se sentaron en la fuente de los querubines un rato. El sol brillaba resplandeciente y se colgaba por en medio de la brisa que soplaba. -Hoy es 4 de diciembre -dijo él y la miró esperando que recordara lo que había pasado en esa fecha. -Vaya, entonces tenemos que celebrar nuestro reencuentro. -Yo también lo creo, ¿han pasado qué, 20 años desde que nos conocimos? -Un poco más. -Ni siquiera recuerdo por qué terminamos. -¡Eres increíble! -sonrió burlona- tú me engañaste con otra, mi mamá te vio cuando la ibas a dejar a la escuela. -¡Te juro que no era yo! -Y sigues insistiendo en lo mismo, al menos reconoce lo que hiciste, ya pasó mucho tiempo como para molestarnos. -Jamás te engañé -hizo una pausa y cambió la conversación- ¿eres feliz? -¿Por qué