Izzy se quedó sentada en la mesa con una pila de platos sucios por lavar. Todos se habían levantado sin decir nada, no le sorprendió, de un tiempo para acá se había convertido en un fantasma que lavaba platos, hacía la comida, limpiaba la casa pero cuya opinión no era del interés de nadie.
Estaba cansada, se sentía sola e incomprendida. Tomó una profunda bocanada de aire que la ayudó a reunir las fuerzas para levantarse de la silla y tomar todos los platos para llevarlos al fregadero.
Mientras fregaba el sartén lleno de queso pegado en el fondo pensaba en cómo hubiera sido la vida si lo hubiera escogido a él en vez de haberse casado con Ray.
Ethan no era el hombre perfecto pero sin duda nunca se acababan los temas, las risas y la diversión.
Su sonrisa era como el sol que iluminaba el horizonte después de una tormenta, sus ojos verdes tupidos de pestañas negras hipnotizaban a quien lo viera de frente.
Recordó la última vez que se encontraron en el estacionamiento de la universidad, justo antes de que se fuera de intercambio.
Llovía, al igual que esa tarde mientras lavaba los platos, sin embargo eso no le impidió estar parado afuera de su auto esperando que ella llegara. Su cabello se escurría sobre su cara, aún así sonrió al verla sacar una enorme sombrilla de hondas en el pasillo.
Izzy se sonrojó, cerró su gabardina negra y volvió a guardar aquel bochornoso paraguas en su maleta. Caminó bajo la lluvia hasta llegar a su auto y lo miró fijamente a los ojos sin decir una palabra durante un minuto para después proseguir.
-¿Te vas?
-Es mejor así.
-¿Me escribirás?
-Todos los días Izzy.
-Siento que esta es la última vez que te veré.
-Nos veremos muchas más. -Respondió cortante.-
Ethan la sujetó suavemente del mentón y le dio un profundo beso en los labios.
-¡Mamá!
El grito de su hija menor la regresó a la realidad. Cerró la llave del agua, se secó las manos con un trapo y subió las escaleras corriendo. Se detuvo frente al espejo que estaba al final de la escalera, se observó con desagrado. Aquella mujer no era ni sombra de la joven que Ethan conoció hace casi 15 años.
Estaba cansada, se sentía sola e incomprendida. Tomó una profunda bocanada de aire que la ayudó a reunir las fuerzas para levantarse de la silla y tomar todos los platos para llevarlos al fregadero.
Mientras fregaba el sartén lleno de queso pegado en el fondo pensaba en cómo hubiera sido la vida si lo hubiera escogido a él en vez de haberse casado con Ray.
Ethan no era el hombre perfecto pero sin duda nunca se acababan los temas, las risas y la diversión.
Su sonrisa era como el sol que iluminaba el horizonte después de una tormenta, sus ojos verdes tupidos de pestañas negras hipnotizaban a quien lo viera de frente.
Recordó la última vez que se encontraron en el estacionamiento de la universidad, justo antes de que se fuera de intercambio.
Llovía, al igual que esa tarde mientras lavaba los platos, sin embargo eso no le impidió estar parado afuera de su auto esperando que ella llegara. Su cabello se escurría sobre su cara, aún así sonrió al verla sacar una enorme sombrilla de hondas en el pasillo.
Izzy se sonrojó, cerró su gabardina negra y volvió a guardar aquel bochornoso paraguas en su maleta. Caminó bajo la lluvia hasta llegar a su auto y lo miró fijamente a los ojos sin decir una palabra durante un minuto para después proseguir.
-¿Te vas?
-Es mejor así.
-¿Me escribirás?
-Todos los días Izzy.
-Siento que esta es la última vez que te veré.
-Nos veremos muchas más. -Respondió cortante.-
Ethan la sujetó suavemente del mentón y le dio un profundo beso en los labios.
-¡Mamá!
El grito de su hija menor la regresó a la realidad. Cerró la llave del agua, se secó las manos con un trapo y subió las escaleras corriendo. Se detuvo frente al espejo que estaba al final de la escalera, se observó con desagrado. Aquella mujer no era ni sombra de la joven que Ethan conoció hace casi 15 años.
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