En mis sueños y en mis pesadillas, siempre aparecía el mismo lugar, triste, lúgubre. La morada de mis depresiones y angustias, esa casa en la que crecí desde la cual observaba la vida pasar desde mi ventana. Cuando era niña me ocultaba detrás de las cortinas e imaginaba que algún día saldría de mi eterno encierro, que pasaría de largo y no volvería. Cuando me fui, el cielo comenzó a brillar, no hubo días nublados pero al cabo de 10 años regresé. Para mi sorpresa o mi descontento todo seguía exactamente igual, la misma gente, el mismo árbol que crecía torcido junto al camellón, aquel viejo bache que con el tiempo parecía tener más profundidad, las paredes desgastadas y la soledad. Luego de una semana el sol dejó de brillar, compartió mi agonía. Comencé a creer que me encontraba en la ciudad de las tormentas porque el cielo siempre era de color gris y cientos de nubes negras se postraban en lo alto amenazando con soltar tremendo aguacero pero al final, nunca pasaba, solamente