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Mostrando entradas de febrero, 2020

Día 16.

¿Mencioné que él era mi cómplice de aventuras? Lo conocí cuando cumplí 9 años aunque ya lo había visto en varias ocasiones en el patio, yo corría atrás de los coches, me escondía y veía como se despedía de mi tia, en aquel entonces era solo el pretendiente de mi tía, ni novios, ni amigos, solo alguien interesado en ser parte de la familia. Tenía un coche blanco y ella una foto de él en su moto de carreras sobre su buró. Recuerdo que me dio dos cosas, una pistola llavero que hacía sonidos y que cuando me la dio me pareció el regalo más fabuloso del mundo. Aún lo tengo guardado. Y una lotería por mi cumpleaños. Yo era como ese animalito perdido que busca un poco de afecto. Mi padre nos abandonó cuando tenía 3 años, de él solo tenía el apellido y un perro, un enorme y bellísimo Lassi al cual llamamos payaso. Payaso porque cuando mi mamá dejó la casa donde vivía con mi papá, el primero en subirse al auto fue el perro, como si estuviera dispuesto a conducir con tal de no dejarnos

Día 17.

La gran persona que era. Nunca imaginas la cantidad de personas que pasan por tu negocio, con las que platicas y estrechas lazos. La mayoría de las veces crees que las personas están ahí solo ocupándose de sus asuntos sin intimidar. Consideraba que mi tío era callado, no me di el tiempo de conocerlo mejor, sabía que era buena persona, que sabía escuchar, era tranquilo pero cuando se enojaba explotaba y azotaba la puerta y salía de la casa queriendo un respiro de todo lo que lo agobiaba. Tenía dos hermanos, él era el de enmedio. Sobre el que recaía el peso de ganarse a los demás por sus méritos y no por ser el más pequeño o el mayor. Los viernes Erick, el menor de los tres venía a visitarlo, tomaban una cerveza, platicaban un par de horas, se sentaban en la terraza y antes de irse empezaba a quejarse sobre sus carencias, entoces mi tío sacaba un fajo de billetes y se lo daba.  Esa fórmula la repetía Erick con frecuencia, así obtuvo la casa donde vivía, el coche y dinero para las

día 18.

Las actividades de la escuela eran agobiantes, durante la semana tuvimos dos juntas y una ceremonía. Terminé de cocinar y salí a tirar la basura, él estaba en la puerta sujetando una moto. Hablaba con un cliente y reía a carcajadas, no quise interrumpir, preferí darme la vuelta y volver a la casa. Como pasaba el resto de la semana lo único que no hacíamos era hablar, a veces obvias la presencia de las personas, te parece que siempre estarán ocupando el mismo lugar, haciendo las mismas cosas y resulta que no. Mi tío tenía un taller exclusivo para motos. Él provenía de una familia adinerada que tenía una empresa de fundición de metales, mi tía, su esposa era secretaria, así se conocieron. Cuando la empresa quebró por las malas administraciones de la familia y el sindicato se apoderó de las instalaciones, él se quedó sin trabajo y con una mala reputación. Entonces mi familia lo apoyó y lo ayudó a emprender, una de las hermanas de mi tía le rentó un local, así puso su taller, su h

Día 19.

Entrada la tarde del lunes regresamos todos a nuestras actividades normales, olvidamos el asunto, lo que había pasado, decidimos enfocarnos en el futuro, porque creímos que existía uno. Ese día hizo mucho calor, los niños salieron tarde de la escuela, tenían mucha tarea, tenían que hacer un proyecto, estudiar. Por la noche cenaron rápido y después de contarles un cuento los metímos a la cama y se fueron a dormir. Mi esposo y yo cenamos en silencio, yo escuché a mi tío caminando por el patio, revisando que las puertas estuvieran cerradas, lavarse las manos y apagar las luces. No nos sentíamos solos cuando teníamos que pasar largas noches cuidando al bebé.

día 20.

Eran casi las 9 de la noche cuando finalmente él bajó a hablar conmigo, me abrazó, me pidió perdón por haberse portado tan mal y entonces le dije lo que estaba pasando. Abrió los ojos y fue al hospital a ver cómo seguía mi tío pero pasaron poco menos de dos horas cuando él mismo abrió la puerta del portón y entró a la casa, lo vi entre la oscuridad. Había tenido un infarto, firmó el alta del hospital y se marchó porque no consideró que fuera importante, le pareció que no era peligroso o tal vez sabía que ya no tenía remedio. No es que no me importara su salud, es que quería obviar las cosas, creer que si había salido del hospital era porque estaba bien, porque fue una falsa alarma, porque quizás había sido indigestión o estrés o algo diferente a un infarto, que las cosas seguirían igual que siempre. Nos olvidaríamos del tema, seguimos adelante, estaba preocupada por el desarrollo de mi hijo, tenía muchas cosas en la cabeza, creí que poco a poco las cosas mejorarían y se terminaría

21 días.

En 21 días él morirá. Correrá la tarde y soplará el aire anunciando el comienzo de las vacaciones. En 21 días él bajará las escaleras, dará los buenos días y cruzará la puerta del taller por última vez. 14 de febrero. Sábado 12 p.m. Aquella mañana mi esposo estaba molesto conmigo, con la vida, con él, teníamos muchos problemas económicos a causa de todo el dinero que habíamos gastado en la operación de nuestro hijo menor. Aunque no me lo decía me culpaba por ello, yo también lo creía sin embargo trataba de no pensar en ello sino enfocarme en su recuperación. Acababamos de regresar a la ciudad, nos habíamos ausentado por casi 10 años y estábamos viviendo con mi madre en la casa donde crecí y viví parte de mi vida. Como mi hijo necesitaba toda mi atención, lo único que podía hacer para tener dinero era vender collares, no podía buscar un trabajo, no quería separarme de él. Salí a entregar un pedido que me habían hecho, con parte de lo que me pagaron pasé al súper por unos choco

3 meses después.

Corría el año de 1999, la llegada del año nuevo  estaba cerca y no había nada diferente excepto la promesa de conocernos. Luego de hablar 3 horas diarias por teléfono, de escribirnos interminables correos o encontrarnos en el messenger, decidimos conocernos. Al principio fue por una amenaza, la amenaza de no volver a saber nada de él y después fue el interés, el interés de vivir una aventura. Éramos tan afines, como si estuvieramos cortados por la misma tijera, pensabamos lo mismo, teníamos los mismos intereses y nos reíamos de las mismas tonterías. ¿De verdad quería conocerlo?, el hacerlo representaba el fin de la magia. Mientras hablaba por teléfono con él y observaba fijamente el poster de Jean Claude-Van-Damme en mi puerta pensaba en lo afortunada que había sido por haberlo encontrado. Él era todo lo que nunca había imaginado,  jamás hubiera volteado a verlo en la calle, ni siquiera hubiera accedido a salir con él pero era agradable, estar a su lado era lo mejor, aunque en