Alexander West era un hombre bastante atractivo, casi un dios griego. Sus ojos jade y su cabello oscuro armonizaban con el tono de su piel.
Tenía una voz profunda y una coquetería innata en su sonrisa.
Era educado y con muy buen porte, no era de extrañarse puesto que venía de una familia acomodada.
Su abuelo, Don Alexander era dueño de una de las más prestigiosas cadenas hoteleras del mundo. Sobre él recaía el peso de su herencia.
Tenía poco más de 28 años y a pesar de que aún era joven se sentía cansado, desanimado.
En cuanto la vió entrar al bar sintió una extraña vibración en su interior, ella era sin duda hermosa.
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