Estábamos entrando al último día de Enero, el día parecía igual a cualquier otro y yo estaba en la cocina preparando el desayuno. Debí sospechar que las cosas no irían bien cuando el hombre del gas tocó a la puerta antes de las 7.
Corrí a encerrar a los perros y después lo atendí, perdí cerca de media hora mientras llenaba la cochina, estaba sola en la casa y un tanto estresada. Mi esposo había ido a dejar a las niñas a la escuela.
Llegó hambriento y harto del tráfico, desayunamos y tras lavar los trastes me di un buen baño.
Estaba decidida a pasar un gran día en la cocina preparando mis deliciosos postres.
Pasé parte de la mañana buscando un rodillo de silicona que había perdido y no recordaba en dónde o cuando lo había visto por última vez.
Cuando eran poco más de las 12 recibí una llamada que me sacó por completo de concentración.
Poca atención puse a la llamada sin embargo mi interés cambió cuando la maestra de uno de mis hijas me informó que ésta había sufrido un accidente. Salí de inmediato de la casa y corrí a la escuela, ella estaba sentado en una de las sillas de la recepción, sujetaba una gasa por encima de su cabeza, la sangre seca manchaba su frente y su listón verde se había tornado rojo.
La llevé de inmediato al hospital, mientras esperábamos aproveché para terminar de leer el aburrido libro que había escogido mi club de lectura, no entendía las palabras que estaban ahí escritas y tampoco por qué lo habían calificado como un libro excepcional si era terriblemente aburrido.
Tanto tardamos en la sala de espera que logré mi meta de leer 4 libro al mes, pensé que por poco y no lo lograría.
Tiempo después entramos a la sala de urgencias, mi hija fue revisada, le dieron un par de suturas y tuvimos que esperar un par de horas más a que el seguro autorizara la póliza.
El hospital había sido una vieja casona del centro, la tenue luz del sol empezó a alumbrar los pasillos, pensé en la casa de mis abuelos, aquel lugar reconfortante al que me gustaba ir por las tardes.
Sentí la tibia resolana y me dejé absorber por el aroma de las lavandas que inundaban el jardín, mi hija se había recostado a dormir en uno de los sillones de la sala de espera.
Eran poco más de las 6 cuando finalmente salimos de ahí.
Al dar la vuelta a la calle vi una casona blanca en la esquina, recordé que hace algunos años, muchos, un viejo amor me contó una triste historia sobre esa casa.
Su padre lo había llevado a él y a su hermana a esa casa a conocer a la amante, en ese momento no lo sabían, fue hasta meses después cuando los dejó que se enteró de quién era esa mujer.
Cómo cambian las cosas, sentí lástima por él nuevamente.
Mi hija se dio un baño y se recostó enseguida su cama, se quedó dormida mientras leía, apagué las luces de su habitación y me dirigí a la cocina para recoger el tiradero que había dejado de la mañana.
Mis proyectos se habían pausado, lancé un suspiro, observé al oso que estaba a medio decorar y pensé de nuevo en mi rodillo, mañana continuaré con la búsqueda.
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