Hanna giró lentamente la perilla, se quitó los zapatos y entró sigilosa cerrando con cuidado la puerta, no quería hacer ruido ni despertar a Ben, eran poco más de las 5:15 y pronto amanecería.
Él estaba recostado encima del edredón, ni siquiera había destendido la cama. Tenía un libro entre sus manos y un montón de papeles, parecía que se había quedado dormido mientras trabajaba.
Ella apartó lentamente el libro y las hojas y se recostó a su lado, lo admiró un par de minutos creyendo que estaba completamente dormido y le susurró.
—No podía dejar de pensar en ti, lamento haber tardado demasiado. Tuve esa extraña sensación de que te irías sin despedirte y que no te volvería a ver —lanzó un suspiro—, Andrew tiene razón... te quiero Ben.
Hanna se acercó lentamente a sus labios y le dio un tímido beso para después cerrar los ojos y acurrucarse sobre su pecho hasta quedarse profundamente dormida.
Benjamin abrió los ojos al sentir el calor de su cuerpo, había escuchado cada una de las palabras de la joven, él también la quería y le dio un beso en la frente deseando que al despertar las cosas entre ellos fueran diferentes.
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