El espejo del baño estaba empañado, pasé mi mano por encima de el y lo limpié. Tenía miedo de mirar mi reflejo, desde hace días no me reconocía, yo no era esa mujer débil e incapaz de reaccionar, yo era fuerte, decidida e independiente, al menos lo era hasta antes de conocer a Willy.
Muchas cosas habían cambiado en mí y odiaba aceptar que todo se debía a un hombre. Estaba furiosa, no estaba bien depender de la presencia de alguien para ser feliz y lo sabía. En especial porque ese alguien se había dedicado en cuerpo y alma a hacerme infeliz.
Me apresuré a vestirme y tomé mi bolsa, salí del departamento y al subir al elevador, cuando las puertas se abrieron la señora Roberts me sonrió al interior. Ella vivía en el último piso del edificio y la encontraba por lo general los viernes a las 12, ese día era jueves y no pasaban de las 9 de la mañana.
-Hola hermosa, cómo estás.
Le sonreí y subí al elevador, ella llevaba un carrito con bolsas en el interior, iba al mercado y se le hacía tarde según dijo.
Extrañaba ir al mercado, desde que estaba con Willy no hacía más que pedir comida rápida lo cual me había hecho ganar 5 kilos. Era momento de cambiar las cosas, de recuperar mi vida.
Decidí entonces que perdería peso, me arreglaría el cabello y traería de vuelta a mi autoestima.
Me detuve en la tienda de la esquina a comprar un frappe, la crema batida me provocaba nauseas pero a Willy le encantaba. ¿A cuántas cosas cedí con tal de hacerlo feliz? Anulé por completo mi vida por alguien que no valía la pena.
Al salir de la tienda me detuve frente al vidrio del banco, me observé fijamente y tomé una profunda bocanada de aire, ahí estaba, renaciendo de mis cenizas, dispuesta a comenzar una nueva vida sola, pero feliz.
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