John Mercer no era un hombre común, era alguien especial, lo supe desde el primer momento en el que entró por la puerta y se sentó en la mesa del fondo. Cuando abrió su libro y se perdió en el.
Había empezado a frecuentar el café y su rutina me intrigaba, llegaba siempre cuando el reloj marcaba las 7:25 de la mañana, nunca saludaba y se dirigía a la mesa que había escogido días atrás, aquella que estaba junto a la ventana y desde la cual se podía observar la calle completa y el edificio Glassglow.
A Jenny le fascinaba atenderlo aunque él ni siquiera levantaba la mirada para verla, siempre ordenaba lo mismo, ristretto, nunca lo endulzaba y lo bebía de poco a poco hasta que daban las 8, entonces dejaba dinero sobre la mesa, cerraba su libro y se marchaba.
Me parecía taciturno, arrogante y altivo. El simple hecho de prepararle un café me ponía de mal humor.
La mañana del viernes Jenny no se presentó a trabajar, me disgusté mucho, no solo por el hecho de tener más trabajo sino porque sabía que tendría que atender la mesa de aquél hombre que ni siquiera se dignaba a mirar a nadie.
Como era costumbre, apareció a las 7:25 de la mañana, pensé en entregarle la carta, quizás podría haber cambiado de opinión pero en lugar de eso le serví su café y me di la vuelta para volver a la barra.
-Jenny estará furiosa -respondió Harry.
-Alguien tiene que hacer su trabajo, no puedo desentender a los clientes de las mesas.
-Oh diablos -dijo y corrió a la caja dejándome intrigada.
-Por qué me serviste un ristretto.
Palidecí y miré sorprendida a Harry quien buscaba un pretexto para no voltear a verme. Me giré lentamente, aquel hombre me miraba con sutil insistencia.
-Es lo que siempre tomas.
-Dime qué más sabes sobre mí.
-Oye no te sientas especial, todos los días vienes a la misma hora y ordenas lo mismo, yo lo preparo, eres la única persona que pide ristretto.
-Ah.
-¿Trabajas cerca de aquí?
-Qué te hace pensar eso.
-Siempre te vas antes de las 8.
-¿Cómo te llamas? -preguntó intrigado.
-Anna.
-Nunca te había visto.
-No sirvo mesas, atiendo en la barra pero hoy no vino mi amiga así que tuve que ayudarla.
-Que oportuno de su parte.
-¿Hay algo mal con el café?
-Nada.
-Entonces necesitas algo más.
-La cuenta.
-Aún no son las 8.
-Dijiste que me voy antes.
-De acuerdo, son.
-Sé cuanto es.
-¿Hay algo más en lo que te pueda ayudar?
-Ya veremos.
Entregó su tarjeta de crédito, vi su nombre grabado en ella. Tan pronto salió de la cafetería recogí su mesa.
Esperaba verlo al día siguiente pero no apareció, pensé en que había cometido un error al decirle que había notado su monotonía. No pensaba decirle a Jenny.
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