Habían pasado dos semanas desde que Irina y Scott
comenzaron a frecuentarse. Noviembre acababa de llegar
y se aproximaba el cumpleaños de Irina.
Ella salió temprano del bufete y caminó por las arboladas calles de Campos Elíseos hasta que llegó a un pequeño parque botánico. Se sentó en una de las bancas de metal observando el ocaso mientras el aire comenzaba a soplar cada vez más frío.
Pronto tendría 23 años, tenía la opción de regresar a San Miguel o quedarse en la capital para su cumpleaños, aún no lo había decidido. La esperanza de encontrarse con Joshep la alentaba a regresar pero la misma realidad la hacía dudar.
Irina tomó su celular y comenzó a marcar el número de Jamie, necesitaba hablar con alguien y desde que decidió marcharse casi no veía a su amiga. Contaba los días para que ella llegara a la capital, tenía muchas cosas que contarle.
—Irina Brooks...
—¿Será posible que pueda librarme de ti un minuto?
Ella salió temprano del bufete y caminó por las arboladas calles de Campos Elíseos hasta que llegó a un pequeño parque botánico. Se sentó en una de las bancas de metal observando el ocaso mientras el aire comenzaba a soplar cada vez más frío.
Pronto tendría 23 años, tenía la opción de regresar a San Miguel o quedarse en la capital para su cumpleaños, aún no lo había decidido. La esperanza de encontrarse con Joshep la alentaba a regresar pero la misma realidad la hacía dudar.
Irina tomó su celular y comenzó a marcar el número de Jamie, necesitaba hablar con alguien y desde que decidió marcharse casi no veía a su amiga. Contaba los días para que ella llegara a la capital, tenía muchas cosas que contarle.
—Irina Brooks...
—¿Será posible que pueda librarme de ti un minuto?
Él lanzó un breve suspiro y se sentó al lado de la joven.
Llevaba un abrigo de lana gris y unos guantes de piel, aun
así, se frotó las manos para calentarse. Recargó sus codos
sobre sus rodillas y volteó a verla con su risita cínica.
—Quería verte, así que fui a tu o cina, ahí me dijeron en dónde podía encontrarte. ¿Ya cenaste?
Seguro que no. Te invito a cenar, conozco un lindo lugar no muy lejos de aquí.
Irina no pudo decir no a la invitación de Scott, ambos caminaron por el jardín Zen hasta llegar a un pequeño callejón con lámparas de dragones en las esquinas que iluminaban la calle.
Se trataba de un pequeño restaurante Japonés. Se sentaron en una diminuta mesa cerca de una gigantesca pecera de cristal. Ella se distrajo observando hipnotizada el movimiento de los peces. Una delicada y menuda joven envuelta en un kimono rojo se acercó dándoles las cartas. Scott volteó y sonriéndole comenzó a hablar con un uido japonés.
Irina no disimuló la sorpresa. La joven le sonrió discreta y con una sutil inclinación se retiró no sin antes responderle en japonés.
—¡Vaya! ¿En dónde aprendiste a hablar con esa uidez el idioma?
—No es nada del otro mundo... —Scott dejó la carta en la mesa ante la perpleja e insistente mirada de Irina y volteó a verla—. Cerca del séptimo semestre me comencé a interesar por la cultura, prácticamente me obsesioné con ir a Japón así que mi padre me envió ahí por un año para estudiar el idioma. Fue una de las mejores experiencias de mi vida, es una cultura muy rica en costumbres y tradiciones. Al nal del año decidí quedarme un poco más. Mi padre me cortó los fondos así que tuve que conseguir trabajo en un restaurante de Shibuya.
—Quería verte, así que fui a tu o cina, ahí me dijeron en dónde podía encontrarte. ¿Ya cenaste?
Seguro que no. Te invito a cenar, conozco un lindo lugar no muy lejos de aquí.
Irina no pudo decir no a la invitación de Scott, ambos caminaron por el jardín Zen hasta llegar a un pequeño callejón con lámparas de dragones en las esquinas que iluminaban la calle.
Se trataba de un pequeño restaurante Japonés. Se sentaron en una diminuta mesa cerca de una gigantesca pecera de cristal. Ella se distrajo observando hipnotizada el movimiento de los peces. Una delicada y menuda joven envuelta en un kimono rojo se acercó dándoles las cartas. Scott volteó y sonriéndole comenzó a hablar con un uido japonés.
Irina no disimuló la sorpresa. La joven le sonrió discreta y con una sutil inclinación se retiró no sin antes responderle en japonés.
—¡Vaya! ¿En dónde aprendiste a hablar con esa uidez el idioma?
—No es nada del otro mundo... —Scott dejó la carta en la mesa ante la perpleja e insistente mirada de Irina y volteó a verla—. Cerca del séptimo semestre me comencé a interesar por la cultura, prácticamente me obsesioné con ir a Japón así que mi padre me envió ahí por un año para estudiar el idioma. Fue una de las mejores experiencias de mi vida, es una cultura muy rica en costumbres y tradiciones. Al nal del año decidí quedarme un poco más. Mi padre me cortó los fondos así que tuve que conseguir trabajo en un restaurante de Shibuya.
—¿Haciendo qué?
—Lo que me pidieran que hiciera, lavar platos, limpiar, sacar la basura.
—Me parece increíble que alguien como tú trabajara lavando platos.
—Bueno no era lo único que hacía, también daba clases de inglés cuando salía del restaurante. Así conocí a... — hizo una pausa, sabía que había hablado demasiado.
—¿A quién Scott? ¿A tu novia? —preguntó intrigada con el afán de incomodarlo, no tanto porque de verdad le interesara saber.
Scott sonrió al recordar lo que ella signi có en su vida.
—Lo que me pidieran que hiciera, lavar platos, limpiar, sacar la basura.
—Me parece increíble que alguien como tú trabajara lavando platos.
—Bueno no era lo único que hacía, también daba clases de inglés cuando salía del restaurante. Así conocí a... — hizo una pausa, sabía que había hablado demasiado.
—¿A quién Scott? ¿A tu novia? —preguntó intrigada con el afán de incomodarlo, no tanto porque de verdad le interesara saber.
Scott sonrió al recordar lo que ella signi có en su vida.
Comentarios
Publicar un comentario