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Alguien como tú

—¿Y bien?

—¿Y bien qué? —dijo sonriéndole a Scott.

—¿Qué te parece el lugar?

—Es hermoso Scott. No creí que hubiera un lugar tan bello aquí. Es tan irreal.

—Es perfecto.

Irina volteó extrañada. —¿Perfecto?


Él esbozó una breve y sínica sonrisa sin contestar nada. La observó mientras ella admiraba el lugar, su cabello caoba humedecido comenzaba a rizarse. Su piel porcelana estaba ligeramente sonrojada por el clima arti cial del jardín.

—Recoge tu cabello, no deberías ocultar tu rostro.

Irina observó a Scott quien siempre elegante, llevaba un traje gris oscuro y una corbata naranja que contrastaba con su camisa azul claro. Lo miró con la boca abierta durante un par de segundos hasta que reaccionó pasándose un mechón atrás de la oreja.
Solía vestirse casual para ir a trabajar, pero ese día había amanecido nublado así que llevaba unos pantalones azul marino de lana, camisa blanca de manga larga y un chaleco rojo. Irina se sujetó el cabello con una horquilla que llevaba en su bolsa. No tenía idea de porque le estaba dando gusto a Scott.
El reloj que colgaba de su cuello llamó la atención de él.

—¿Puedo verlo? —Scott señaló el reloj y lo sujetó cuando Irina a rmó con un movimiento sutil de la cabeza–. Es una reliquia, debe valer una fortuna, ¿herencia familiar?

—No —Irina lo quitó de las manos de Scott y caminó dándole la espalda.

—Un regalo entonces.

—Algo así —contestó sin mirarlo. Scott caminó hasta acercarse a la joven. —¿Cómo era?

—¿Cómo era quién?

—El tipo que te dio el reloj.

—¿Cómo sabes que fue un hombre?

—No serías tan celosa del reloj si te lo hubiera dado una mujer.

—Preferiría no hablar de eso, si no te molesta. Nada personal Scott, espero lo entiendas.

—Lo intentaré. Ven, te mostraré algo —Scott tomó la mano de Irina y la dirigió al puente que cruzaba el lago justo frente a la cascada—. Hay una leyenda en torno a este lugar, si lanzas una moneda tus deseos se condescenderán.

—¿Como un pozo de los deseos?

—Algo así —Irina sonrió al escuchar las palabras de Scott. Le pareció una idea ridícula, no creía en los milagros, sin embargo, él sacó una moneda de su pantalón y la colocó justo frente a sus ojos—. ¿Qué dices, lo quieres intentar?

—No lo sé Scott.

—”Somos arquitectos de nuestro propio destino”

—Pensé que querías hablar de Shakespeare.

—No tengo nada contra Einstein. ¿Qué dices, por qué no la lanzas?
Irina tomó la moneda y la lanzó al fondo del lago. —¿Me dirás qué pediste?

—Si lo hiciera no se cumpliría.

—Tienes razón aunque a nal de cuentas todo lo malo está en tu mente.

—Seguro —. Irina sonrió dándole por su lado.

Volver a ver a Joshep era un deseo imposible, ella lo sabía, aun así no dudo ni un minuto en pedirlo.
Scott llevó a Irina a su casa, ella se despidió rápidamente de él. Su compañía la ponía nerviosa así que se apresuró a bajar y entrar corriendo al edi cio. 

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