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Cada mañana

Cada mañana era el mismo lío. La resolana entrando por mi ventana grisácea.
Las nubes cubriendo en su totalidad el azul del cielo y yo, recostado encima de la cama recubierta por esas sábanas blancas percudidas por tanto lavarse.
La miraba como quien mira a un extraño. Con esa sensación de incertidumbre, de abandono.
La admiraba como se admira a un poeta, con ese respeto.
La amaba sin condiciones, sin tiempos sin excusas ni pretextos.
La amaba en su total expresión, consciente de sus actitudes y desdenes.
Cuántas veces fui testigo de sus caprichos y desplantes. De sus vanidades y mentiras.
Nada impidió que la amara con todas las ganas que puede tener un moribundo.

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