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Alguien como tú

Él se recargó en el marco de la puerta, su rostro se iluminó con una coqueta sonrisa y después pasó los dedos por su espesa cabellera oscura.

Completamente nerviosa, Irina tardó unos segundos en encontrar la llave de la puerta hasta que nalmente logró abrirla.

Ambos entraron a la o cina. Ella se sentó en la silla de piel mientras él recorrió el lugar como inspeccionándolo hasta llegar a la ventana.

—¿Cómo supiste dónde encontrarme? Me quedé pensando que nunca te lo dije. Diría que me sorprendes, pero creo que esa expresión está muy trillada. De hecho, me asusta que después de tantos años sin haber tenido contacto estés aquí.

Scott lanzó una sutil carajada, la miró con un dejo de cinismo y prosiguió.

—En efecto no lo hiciste, tengo mis contactos —Scott guiñó el ojo y se aproximó a Irina–. En este medio todos se conocen preciosa, encontrarte fue una coincidencia. ¿Nos vamos? Hice reservaciones en el Hotel Crawford, no querrás que las perdamos.

—Acabo de llegar, no me puedo ir. ¿Acaso quieres que me corran?

—Tu jefe lo entenderá.


—No me digas, también a él lo conoces.

—Te explicaré en el auto, ¿nos vamos?

Irina se quedó pensando un segundo si ir con él o quedarse en la o cina. Finalmente tomó su abrigo, su bolso y sujetó a Scott del brazo provocando las miradas de todos en el despacho. Ella mantenía una discreta sonrisa, no le desagradaba del todo la compañía de Scott.

Él conducía un deportivo excesivamente caro, muy probablemente su salario como abogado no alcanzaría a cubrir ni una mensualidad del mismo. Irina cayó en la cuenta de que él provenía de una familia adinerada no sólo por el hecho de conducir un auto de lujo y vestir trajes a la medida, un sequito de guardaespaldas apareció atrás de él.

Apartó sus pensamientos cuando entraron al lujoso estacionamiento del hotel Crawford. Se alegró de haberse puesto su ajustado vestido negro de alta costura y sus zapatillas de diseñador, en su mano izquierda llevaba un costoso brazalete que su padre le había regalado. No es que vistiera así siempre, pero ese día había tenido cita en el juzgado y quiso causar una buena impresión.

Ambos esperaron un par de minutos en el auto mientras los guardias de seguridad revisaban el hotel. Una vez que el acceso fue seguro, ambos bajaron del auto. Todo ese ritual era tan extraño para ella.

El vestíbulo del hotel parecía bañado en oro. El piso de porcelana con incrustaciones de jade era demasiado resbaloso para los zapatos altos que llevaba, tuvo que sujetarse de lo que en un principio creyó era un simple jarrón, sin embargo, se trataba de una esplendorosa pieza de cristal cortado repleto de ores. Quedó maravillada con el aroma que aquellas delicadas y blancas gardenias desprendían, inundando con su perfume el vestíbulo. Por un breve instante recordó a Joshep. Al fondo había unas amplias escaleras con barandales llenos de grecas azul turquesa y oro que conducían al segundo piso en donde se encontraba el restaurante del hotel.

Jamás creyó maravillarse tanto con un lugar como lo hizo cuando las puertas del restaurante se abrieron, parecía un salón de baile como los que había visto en las películas de cuentos de hadas, le recordó su verano en París cuando visitó el palacio de Versalles. Gigantescos candelabros de swarovski colgaban del techo y los amplios ventanales ofrecían una preciosa vista del jardín que rodeaba al hotel. El techo tenía hermosas pinturas de querubines, muy distintas a las del palacio y sin embargo, le daban un aire tan similar. 

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