Mis sentimientos eran aún más confusos que al principio, amaba a Ricardo pero sentía una extraña necesidad por estar al lado de Iván, terminar lo que había empezado.
Esa noche esperé sentada en el comedor hasta que Iván llegara,esperé dos horas, tres y cuando me aseguré que no llegaría decidí que era un buen momento para tomar mis cosas y marcharme.
Justo antes de salir de la casa lo vi cruzar el portón montado en "hiedra", su caballo.
Llevaba unas copas encima porque sonreía a pesar de haberme visto con las maletas. Al llegar a mi lado apenas pudo bajarse sin tropezar.Cerré los ojos, transpiraba alcohol y estaba segura que si encendía un fósforo la hacienda volaría en mil pedazos.
-¿Qué haces aquí mujer?- preguntó arrastrando la lengua -¿Sacaste a pasear las maletas o qué?
Lo miré de pies a cabeza, sabía que usaba ese tono de voz para molestarme.
-No soy tu prisionera.¡He decidido que me iré!
Me tomó del brazo tan fuerte que casi me caigo y, como si hubiera recobrado la lucidez, comenzó a hablar con tal cordura que me provocó escalofríos.
-¡Eres mía! ¡Pagué por ti y te irás cuando yo lo diga!
Me gritó, jamás lo había hecho.Pude responderle,gritarle que no tenía derecho sobre mi pero como bien lo había dicho, pagó por mi.Pagó a mis padres el derecho de poseerme a cambio de que ellos no perdieran la dignidad frente a sus amigos.
Me subió tan bruscamente a la habitación que entre tropezones conté el número de escalones que me conducirían nuevamente a mi encierro, 17, como el número de veces que les rogué a mis padres que no me vendieran.
Ricardo me estaría esperando en el muelle, al no verme llegar seguramente pensaría que había elegido quedarme con mi marido.Me sentí triste, quería morirme y entonces Iván entró azotando la puerta.
Caminó entre la penumbra dispuesto a terminar lo que había empezado.Me sujetó del cuello como si quisiera asfixiarme, sus ojos llenos de ira me miraron con recelo y luego, como si alguien lo estuviera viendo me soltó lleno de arrepentimiento.
Caí al suelo mareada, sin fuerzas, intentando recuperar el aire que había perdido.Estaba rendida ante sus pies y él parecía no disfrutarlo.
-¿Lo amas?
Preguntó mientras yo sujetaba mi pecho llena de angustia.
-¿Qué ganas con saberlo?
Dije con la voz entre cortada y los ojos llenos de lágrimas. Él me miró lleno de compasión y yo sorprendida por sus cambios de actitud intenté levantarme del suelo recargándome sobre la orilla de la cama.
Iván se acercó a ayudarme, me tomó del brazo y me miró compasivo.
-Nada
Susurró y salió de la habitación desconcertándome por completo.Sentí lástima por él pero por otro lado, jamás lo amaría como a Ricardo.
Esa noche esperé sentada en el comedor hasta que Iván llegara,esperé dos horas, tres y cuando me aseguré que no llegaría decidí que era un buen momento para tomar mis cosas y marcharme.
Justo antes de salir de la casa lo vi cruzar el portón montado en "hiedra", su caballo.
Llevaba unas copas encima porque sonreía a pesar de haberme visto con las maletas. Al llegar a mi lado apenas pudo bajarse sin tropezar.Cerré los ojos, transpiraba alcohol y estaba segura que si encendía un fósforo la hacienda volaría en mil pedazos.
-¿Qué haces aquí mujer?- preguntó arrastrando la lengua -¿Sacaste a pasear las maletas o qué?
Lo miré de pies a cabeza, sabía que usaba ese tono de voz para molestarme.
-No soy tu prisionera.¡He decidido que me iré!
Me tomó del brazo tan fuerte que casi me caigo y, como si hubiera recobrado la lucidez, comenzó a hablar con tal cordura que me provocó escalofríos.
-¡Eres mía! ¡Pagué por ti y te irás cuando yo lo diga!
Me gritó, jamás lo había hecho.Pude responderle,gritarle que no tenía derecho sobre mi pero como bien lo había dicho, pagó por mi.Pagó a mis padres el derecho de poseerme a cambio de que ellos no perdieran la dignidad frente a sus amigos.
Me subió tan bruscamente a la habitación que entre tropezones conté el número de escalones que me conducirían nuevamente a mi encierro, 17, como el número de veces que les rogué a mis padres que no me vendieran.
Ricardo me estaría esperando en el muelle, al no verme llegar seguramente pensaría que había elegido quedarme con mi marido.Me sentí triste, quería morirme y entonces Iván entró azotando la puerta.
Caminó entre la penumbra dispuesto a terminar lo que había empezado.Me sujetó del cuello como si quisiera asfixiarme, sus ojos llenos de ira me miraron con recelo y luego, como si alguien lo estuviera viendo me soltó lleno de arrepentimiento.
Caí al suelo mareada, sin fuerzas, intentando recuperar el aire que había perdido.Estaba rendida ante sus pies y él parecía no disfrutarlo.
-¿Lo amas?
Preguntó mientras yo sujetaba mi pecho llena de angustia.
-¿Qué ganas con saberlo?
Dije con la voz entre cortada y los ojos llenos de lágrimas. Él me miró lleno de compasión y yo sorprendida por sus cambios de actitud intenté levantarme del suelo recargándome sobre la orilla de la cama.
Iván se acercó a ayudarme, me tomó del brazo y me miró compasivo.
-Nada
Susurró y salió de la habitación desconcertándome por completo.Sentí lástima por él pero por otro lado, jamás lo amaría como a Ricardo.
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