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El mar de la perdición.

 Mientras Rick me miraba sentí un profundo arrepentimiento por todo el mal que le había hecho, por no haber podido corresponder a su amor de la misma manera en que él lo hacía. 

Cierto era que me había casado con él para huir de mi madre, que no lo amaba pero eso él lo sabía y así había aceptado casarse conmigo por el profundo amor que me tenía.

Éramos tan diferentes, tan incompatibles, buscamos cualidades en el otro que no teníamos pero nada de eso importaba porque él sabía todo eso y lo aceptó.

Nunca lo engañé ni siquiera cuando estuve con Ferguson.

-Un bebé...vaya, justo ahora -dijo emocionado, apenas podía contener su alegría.

-Rick por favor.

-Cómo te sientes, por qué no me lo habías dicho.

-Rick, ¡Rick basta! 

Él se apartó de mi lado, me miró intrigado y su sonrisa súbitamente se esfumó.

-¿Desde cuándo lo sabes?

-Tres meses, tal vez más.

-¿Es mío?

 Los ojos se me llenaron de lágrimas, la boca me empezó a temblar, ni yo misma lo sabía pero ahora que las cosas eran diferentes entre nosotros no quería perderlo.

-No sé, de verdad no lo sé. Perdóname, nunca quise hacerte daño por favor perdóname.

Él perdió la mirada, empezó a recordar el día que la conoció. Cuando bajó aquellas escaleras en el museo y volteó a verlo discretamente. A Rick le pareció que había conocido finalmente a la mujer de sus sueños, con quien quería compartir el resto de sus días y formar una familia, fue amor a primera vista. Él sabía que ella pertenecía a otro mundo, que no lo amaba pero tenía la esperanza de que un día lo hiciera.

El último mes habían pasado momentos extraordinarios que lo hicieron creer que ella finalmente se había enamorado de él. Lo sentía en sus besos, en la dulzura con que se dirigía a él, en su mirada.

-Supongo que ya no importa, ¿o sí?

-No -dije con la voz entrecortada. 

La marea empezaba a subir pero a Rick parecía no importarle, estaba parado ahí en el muelle completamente pensativo, fingiendo que mi traición no le había dolido. 

-Perdóname.

Él se giró, hizo una mueca y besó el dorso de mi mano.

-Sabes que te amo, ¿verdad?

-Sí y lamento profundamente el daño que te he hecho, si pudiera remediarlo lo haría sin pensarlo.

-No, no puedes hacerlo.

Ambos volvimos al auto, él arrancó sin decir una palabra.

-Qué va a pasar si el bebé no es tuyo.

-Nada.

-No es juto para ti.

-Él o ella no tiene porqué saber que no soy su papá, es tuyo y lo voy a amar como si tuviera mi sangre.

-Debí hacer algo bueno para merecerte.

Él lanzó una carcajada, siguió conduciendo como si ya nada importara. El camino estaba completamente vacío, el cielo cada vez se volvía más oscuro y poco a poco las estrellas empezaron a salir. Cómo pude no amarlo desde el primer momento si era lo mejor que me había pasado.

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